Hace 13 años la vida me parecía fría, gris, dolorosa, mi
sonrisa se había perdido, el llanto y la tristeza me acompañaban a donde quiera
que fuera. Recuerdo que ir a la cama era sinónimo de dolor y por primera vez en
mi vida, el pensamiento suicida rondaba mi mente. Los problemas parecían
enormes debido a mi depresión y la falta de un hombro en el cual llorar, el
dolor estaba literalmente, ahogándome.
Pero bien dice el dicho que "no hay mal que dure cien
años, ni cuerpo que lo aguante", así que el dolor pasó. Una de las razones
por las cuales logré pasar este mal momento, fue la llegada de mi segunda hija,
Lilí, mi pequeña rebelde. A pesar de que ya había experimentado anteriormente
la maternidad, en esta ocasión, Lili trajo para mí, el consuelo, la alegría
perdida, las ganas de levantarme y de seguir caminando, así que ser madre por
segunda vez, fue tan especial como la primera, o quizás un poco más.
Hoy, como todos los años, me he permitido llorar mis 20
minutos. Pero a diferencia de otros años, hoy entendí que aunque algunos
recuerdos duelen, siempre traen consigo, la enseñanza.
Puedo decir que si en la mañana me encontraba llorando por
lo que el nacimiento de mi hija me recuerda año tras año, ahora, en este
momento, lo escribo y lo comparto porque ya no me afecta como antes, el rencor
y la tristeza ya no aparecen, y cada vez que recuerdo lo sucedido, sólo tengo
que ver a mi hija y recordarme que cada dolor, cada sufrimiento, es decisión de
cada uno, se elige sufrir, así como también se elige soñar, vivir feliz y se
elige cada cosa en nuestras vidas que nos llenará de satisfacciones.
El aprendizaje de hoy
fue que, yo decido en mi vida!! Y he
decidido vivir tan plenamente que no importan las cosas que haga ni lo loco que
parezcan, siempre y cuando eso me haga feliz.
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