Las cosas que más amas en la vida siempre están en lo más profundo de tu corazón. Los hijos, la pareja, la familia, los amigos... cada cual está, y cuando alguno se va, el hueco se queda, nadie más lo puede llenar.
Hay cosas que siempre compartes con los demás por amor, por decisión propia, porque así debe ser, y hay cosas que nos reservamos para nosotros mismos, cosas que nos gusta mantenerlo así, sin hablarlo, sin compartirlo, esas cosas también tienen un lugar en nuestro corazón, un rinconcito muy pequeño pero muy especial.
De todas esas personas hay algunas más especiales que otras y logran colocarse dentro de nuestros sentimientos a tal grado que ese rinconcito deja de ser un espacio y se convierte en un tatuaje, una marca que nunca se va a poder borrar, y no solo se encuentra en el corazón, si no el la piel y en la memoria a tal grado de sentir su olor.
Nuestro corazón también alberga aquellas heridas del pasado, heridas que han ido sanando poco a poco, algunas sangran de vez en vez sin causarnos más daño que la primera vez, pero la capacidad de regeneración depende de cada uno, no siempre de la misma manera. Es latente la posibilidad de nuevas heridas, y aunque nos da miedo, el futuro debe quedarse como tal, algo que aún no ha sucedido y no predisponernos a que volverá a pasar.
Por eso, cada vez que una herida se abre, haz uso de tus guardaditos del corazón, interioriza dentro de él y busca en esos rincones los más dulces recuerdos, a las personas que tienes bien marcadas, aquello que te hace sonreír y sentirte amado, aspira y respira esos momentos que te gusta mantener en secreto, que son tuyos y de nadie más.
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