martes, 8 de enero de 2013

El tronco

Todo mundo sabe admirar la belleza de un árbol, sólo unos cuantos ven la grandeza del tronco.

Un árbol no sería árbol sin su tronco, el soporte del ramaje y los frutos, el refugio de la savia que es  la sangre que le da vida. Los árboles sin ese cimiento no lograrían sostenerse en la tierra, ahí firmes soportando los chubascos, los vientos arrebatadores, la pequeña lluvia que no daña sin embargo, su constancia lastima. Ese tronco que es fuerte, grande, firme, alguna vez fue endeble, frágil y opacado por sus semejantes del rededor. Ahora que ha logrado soportar los crudos inviernos y reverdece cada primavera, entrelaza sus raices debajo de la tierra con otros troncos, se aferra más al suelo, se fortalece y florece con más fuerza.
Yo soy como un tronco, me aferro cada vez más a la tierra, mis raíces se enredan y se expanden, buscan sujetarse. Mis ramas son esos sueños que van hacia donde se les dé la gana. Mi fruto, el amor, es desgajado por los vientos para que llegue a quien lo quiera tomar.
No importa cuántos inviernos tenga que soportar, mi primavera siempre me devolverá  lo que desde el otoño empecé a deshojar.

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